Una gran familia de familias

Asustado, se mueve entre las piernas de su dueño. Rehúye la caricia. Se esconde haciéndose un ovillo hasta que saca el hocico curioso. Entonces agradece el contacto de la mano amiga. “Es su primer torneo”, explica su dueña. Al perrete no le importa mucho lo que ocurre sobre la pista del Palacio d’Or. Pero ahí está. Porque es otro miembro de la familia. A Jane sí que le importan algo más lo que hace su hija Kate, alevina del Olivar. Esta aragonesa de origen británico sigue con sus ojos azules el partido de tarde que les enfrenta al Alerita Augusto Godoy, un derbi aragonés a orillas del Mediterráneo. “¿Cómo van?”, espetan desde la segunda fila. “Creo que ganamos”, indican con incertidumbre. No debe importar mucho porque Kate aplaude a ambos equipos, una canasta y otra. “Es que hay que animar a todos. Ellas también lo hacen bien”, indica la ‘british’ con acento mañico.

La afición del Olivar está por todas partes. Verde esperanza. Es el club que más equipos ha traído hasta Castellón. Son catorce. Aparecen detrás de cualquier esquina. “Vamos a vernos unos a otros. Los familiares de unos equipos van a los partidos de los demás. Es como una gran familia”, explica Chicho Lucas, coordinador de baloncesto de la entidad de Miralbueno. Durante el día van a los partidos y por la noche intentan apurar la cena o hacer alguna incursión nocturna. Tampoco hay que pasarse, pero sí aprovechar que los entrenadores están vigilantes de los niños. Son unos días libres y hay que aprovecharlos.

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Una familia de familias. Esta doble dimensión se proyecta en la Marina d’Or Básket Cup, una competición donde lo que ocurre fuera de la cancha es igual o más importante que lo que ocurre dentro. Celebrarse en uno de los puntos turísticos de mayor interés de Europa, con un tiempo envidiable, hace que sean los padres y las madres los que mejor se lo pasen aprovechando la oferta de ocio y hostelería que están a un paso o dos de los pabellones de juego de Marina d’Or, Torreblanca Alcalà de Xivert, Benicàssim o Castellón.

“Semos del Arroyo”

Han hecho de una terraza su campo base. De ahí no los mueve nadie. Como a Chanquete. Pero éstos son de secano. Y no necesitan barca. Ellos reman por su cuenta. “Semos del Arroyo”, dice Elvira alias ‘Supercoco’. Utiliza una banderola azulona del club como capa y parece volar. Ella y todas. Van a por lo que se les cruce por medio sin miedo alguno. Gorrito azul de mercadillo y camiseta rosa comprada en la tienda del torneo como uniforme para identificarse bien. Se les ve desde Indochina. Y también se les escucha. Dan la nota. Bien alta. “Vamos de partido a partido, vemos a los hijos de unos y a los hijos de otros, nos paramos para refrescarnos un poco en alguna terraza… pero hay también los que se va a correr. Somos muy completos”, anuncia Bea como portavoz acreditada. “Yo mañana os prometo que salgo a correr”, espeta sentado cómodamente en una tumbona Raúl, al que señalan como el único responsable del grupo.

La tribu del Arroyomolinos son la bomba. Piden una de jamón para asegurarse el premio a la mejor afición. Están de broma hasta sin quererlo. Entre ellos hay miembros de la Demencia del Estudiantes e hinchas del Fuenlabrada, así que de lecciones de canto van sobrados. Tiene hasta canción propia. Tienen un poquito de todo. “Y somos unas jugonas. Estás juegan de pivonas y tenemos también alguna base”. Que el cachondeo no pare. ¡Viva la juerga! Beber, comer y pasarlo bien es su lema. Y lo siguen como una religión. “Llevamos el básket en vena. Es nuestra pasión. Venir de torneo es una cosa más para los padres que para los hijos. Les obligamos a venir. Y más a un sitio como Marina d’Or. Nos lo estamos pasando fenomenal”, insiste Bea. Cualquier que pase a su lado da fe de ello.

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En el Palacio d’Or se juega el derbi. Las alevinas de primer año con las de segundo. Las familias se disponen juntas en la grada. No hay distinción. Animan a unas y otras. Se van alternando, acariciando con mimo a las pequeñas, que lo tienen más difícil. Las bocinas atronan. Hay que hacerse oír. Dejarse notar. Los del Puerto de Sagunto se han traído hasta un bombo. Hay hasta equipos que se ponen a animar a otros clubes, sólo por ayudar, por echar un cable. Es la más auténtica visión de la confraternidad que manda en la Marina d’Or Básket Cup.

Termina el derbi de Alcobendas. Las niñas hacen un círculo. Todas juntas. Son un club. Son amigas. Inseparables. “¿Cómo hemos quedado?”, pregunta una de las niñas a su coordinador, Carlos Arjonilla. “No sé cuántos a no sé cuántos”, responde con acierto. El resultado es lo de menos. Lo importante es esa imagen que queda. Las dos plantillas juntas sentadas en la grada. Sus acompañantes alrededor. Posan para una foto. Y corean el grito de guerra de su club. Como una gran familia.

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